Nuestra tercer visita del diplo fue planeada a Tepoztlán… Días antes nos pusimos de acuerdo con quien nos iríamos... la cita era a las 7 a. m. del 14 de marzo en la caseta a Cuernavaca o a las 6:15 en el Mcdonalds de Polanco… la pregunta era ¿cómo llegar a cualquiera de los dos lugares? Después de tanto pensar y hablar con algunos familiares, un tío me dijo que me quedara en su casa un día antes, pues él y su esposa me podían llevar a la caseta o hasta Tepoztlán… si se animaban.
La clase del viernes fue larga y muchos sólo pensábamos en el viaje… al finalizar seguían los comentarios de con quien nos iríamos, yo tenía que salir casi volando, pues mis tíos me esperaban en el metro Allende para ir a cenar… Cual fue mi sorpresa!… era el Salón Corona, donde degustaríamos una exquisita chela, una buena cena… y una charla amena.
Por la mañana del sábado, pensando que los vacacionistas saldrían temprano, optamos por salir antes para evitar una larga fila en la caseta. Y ¡Oh, surprise!! La carretera estaba vacía… llegamos en 15 minutos! Eran las 6:20 a. m., así que desayunamos una gelatina, un atole y un tamal, algo ligero pa’iniciar el día, je, je, je ¿ligero?
Después de algunas llamadas pa’saber donde estaban los compañeros empezaron a llegar… Por fin llegaron las profesoras, Una de ellas iba sola, así que me fui con ella… Y los carros, estacionados en diferente lugar, por fin continuaron el trayecto hacia nuestro punto final… el pájaro de fuego, una hospedería Benedictina en Tepoztlán, Morelos.
El trayecto a Tepoztlán fue corto, pues está a sólo 71 kilometros al sur de la Ciudad de México. Martha y yo platicamos de antropología, viajes, costumbres, tradiciones, investigaciones, en fin… Por fin, antes de las 9 a. m. llegamos a Tepoztlán, catalogado como un pueblo mágico, debido a su gran tradición popular y a su misticismo. Situado a 21 kilometros de la capital del estado de Morelos, yo no conocía, pero me había documentado en libros, revistas e Internet y recordaba que llamaron mi atención, leyenda del tepozteco, las famosas tepoznieves, el tianguis, sus calles empedradas y la Iglesia.
En la Hospedería, donde iniciaba nuestro itinerario, nos esperaban con deliciosos tamales, café de olla, leche, jugo, pan y frijolitos. El calor ya se sentía fuerte y los comensales nos congregábamos para degustar las delicias de la mesa… A pesar de lo sabroso que estaba todo, sólo comí un tamal y 2 cafés, pues recordé que ya antes había desayunado…
Lo siguiente era la plática sobre la historia de Tepoztlán y la experiencia de nuestros anfitriones, Marcela y Fernando, en este maravilloso lugar. De ahí, el recorrido por la avenida El Tepozteco hacia la Iglesia, mientras unos platicábamos, otros veían los comercios del pueblo y otros tomaban fotos.
Con él, recorrimos el exconvento de la Natividad, y nos dijo que sus paredes fueron decoradas por tepoztecos, en ellas se aprecia un sincretismo cultural, debido a elementos prehispánicos y coloniales.
A pesar de que el recorrido por el exconvento fue muy interesante, las tripas de varios compañeros empezaban a chillar… mientras que otros continuábamos con las preguntas al tracoquemecatl, para tratar de sacar de ahí nuestra tarea y contratarlo para que el día siguiente nos llevara a ver pinturas rupestres al Tepozteco y sus corredores. Nos despedimos de él con una frase en náhuatl que nos enseñó… Mo mostla… Hasta mañana!.
Parte de nuestro viaje incluía la parte gastronómica, así que partimos hacia el mercado donde nos esperaban suculentos itacates, quesadillas de setas con queso, tlacoyos de requesón, tacos de cecina, mmmm!!! Todo se me antojaba, así que me permití probar de todo…
A la salida del mercado fuimos a buscar a algún personaje para nuestra entrevista, nos encontramos a 2 compañeras que nos invitaron con un mayordomo de uno de los ocho barrios en que está dividido Tepoztlán, y quien ‘supuestamente’ tenía su casa a pocas calles del centro. Fue toda una odisea para encontrarlo, preguntamos a varias personas, tocamos varias puertas y hasta nos correteo un perro y poco a poco nos alejábamos del centro de Tepoztlán.
Hasta que llegamos a la Iglesia del barrio de la Santa Cruz y mientras yo buscaba un baño, otros descansaban en las bancas de la iglesia, Citlalli preguntó a unos señores que estaban sentados, en la contra esquina de la Iglesia de la Santa Cruz, si conocían a un mayordomo… y junto a la llave que trae agua entubada de uno de los manantiales de Tepoztlán, estaba el señor Agustín Villamil, quien es mayordomo en ese barrio.
Orgulloso de su cargo, nos platicó sobre su ardua labor que realizará durante un año y su objetivo principal: el de ayudar a su comunidad a que se conserve unida, así como encargarse del cuidado del barrio y del mantenimiento y adornos de la Iglesia, además de preparar la fiesta de la iglesia, el 3 de mayo, a la que por supuesto fuimos invitados.